Un libro abierto

Un libro abierto
Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora.

sábado, 30 de agosto de 2014

Los Livianos. Omar Alej.

Chucu…chucu…chucu…al principio muy lento, hacía el trenecito que iba de Lo Liviano a Lo Pesado. Chucu, chucu, chucu, chucu, chucu. Después a toda velocidad iba abriéndose paso en aquellas vías que cruzaban los frondosos bosques de Lejanía, la tierra que estaba entre Lo Liviano y Lo Pesado.

Su maquinista era Teso, un larguirucho soñador que llevaba siempre unido, en el tirante de su overol, la figura de un trébol de cuatro hojas hecho de plástico. Se ufanaba de las veces que aquella maquinaria parecía rugir con el descontento de una fiera y después tornarse en un ligero zumbido de mosquitos… 

“Molinillo” llamaba a aquel ferrocarril descontinuado que, a falta de algunas refacciones, se completaba con un sinfín de artilugios domésticos; donados, sin lugar a dudas, por los peculiares pasajeros que de sus moradas salían a trabajar  en la construcción de un muro protector, que protegiera Lo Liviano de todo Lo Pesado.

Teso era amable con todos, personificaba el mito del hombre callado y eficaz que, además, era capaz de incluir a todos en sus más nobles empresas. Dar por acabado aquel tren, él lo sabía, habría significado para Lo Liviano que los más pequeños dejasen de jugar con trenecitos de madera y a su vez que los más mayores no tuviesen el placer de viajar, en busca de caminos, en una autentica máquina de vapor. Heredada en vida por Abeja, otro maquinista que habiendo puesto su gusto a favor de la bebida cedió la dirección a Teso, quedándose contento en la barra del Ciruela, la única cantina en Lo Liviano, con sus cuentos y sus tragos de agua dulce.

Pueblo Lo Liviano era un mundo de disfraces donde nadie era lo que era. Los hogares se sostenían por música, sombras y palabras. El alcalde era Viruela, un viejo mimo que partía la plaza convertido, ahora, en un panzón amigable que amenazaba con disparar botones si no le eran permitidos los excesos de vainilla, veneno y chocolate. Entre sus funciones, como alcalde, la favorita de Viruela era escuchar canciones, le fascinaba la voz de los otros y siempre estaba atento a aquel lenguaje de palabras que de forma natural, los livianos, usaban para platicar sobre matemáticas, olores, sopas de letras y distintas proporciones de horizontes.

Para llegar a la estación de trenes, donde Teso esperaba cada mañana, los livianos pasajeros tenían que ponerse botas en sus habitaciones y desde ahí se trasladaban mágicamente a estar sentados en un asiento del vagón; de vez en cuando alguno se quedaba dormido, entonces a ese tocaría ordenar por orden de atracción sus libros y películas favoritas...

Todo aquello era el juego del teatro, del sentido, de la tierra y de los hombres como solamente una partícula del universo. Cada uno de los habitantes de Lo Liviano se sabía en sí mismo aun algo por descubrir. Se aplaudía por darle sonido al tiempo y se actuaba para despedir la juventud alegremente.

Cada ida en la mañana, cada regreso por la tarde, era por cruzar Lejanía y al hacerlo ver sus frutos colorados, que no eran otra cosa que sensaciones vivas por ser vistas con el alma. En equipo y simulando arqueros, trapecistas, hombres lobos y mujeres barbudas, los livianos iban a levantar piedra por piedra. No se preguntaban que había en Lo Pesado. Sin pensarlo mucho obedecieron el telegrama con las hilarantes indicaciones del alcalde y se pusieron por la labor de levantar un muro:

Lo Liviano en movimiento, Lo Pesado allá a lo lejos. Más allá de Lejanía.

Durante meses ininterrumpidos de labores, y a solamente doce piedras por levantar, ningún liviano había visto a algún pesado. No hasta aquel día en el que el cielo se cerró y dejo caer una canción de lluvia. Se escuchaba el cielo como una cascada y la tierra respondía como un techo de metal en el que el agua se impactaba, dejando alegres claves de tambores. Dormitando con los sonidos no escucharon acercarse a Milo

-¿Quiénes son ustedes?- preguntó Milo, que tenia la voz aguda como un silbato e intenciones de verdades y justicias.

Los livianos lo acercaron en seguida. Le tendieron las manos mojadas, lo mismo que la sonrisa sencilla con la que podían llorar sin decir nada; el rostro de Milo era un rostro sin mascara y su vestido carecía de medida y elegancia. Parecía confeccionado tristemente, con alardes: colores llamativos, estampados y telas flojas. No era un disfraz pero ocultaba, en su naturalidad, cierto aburrimiento. A ningún ser extraordinario les recordaba aquel hombre de ojos azules y aspecto pálido, que no usaba ni siquiera un corbatín. Les extrañaba verlo protegerse de la lluvia, su caminar nervioso y su tímida estampa; como recién descubriendo un nuevo apetito en una nueva mesa.

-somos los livianos y venimos de Lo Liviano. Estamos aquí construyendo un muro que nos fue solicitado a través de un telegrama. Mi nombre es Thiago, en verano me disfrazo de un algodón largo y en invierno de un gusano de seda. Te serviría dejar de evadir la lluvia; a todos moja y todos secamos un poquito el aire-

-pero ¿ese muro para qué es?-

El muro es para proteger Lo Liviano de Lo Pesado, de dónde vienes tú. Con este muro no permitiremos que a nuestro pueblo se infiltren cosas pesadas. Con este muro contendremos el paso del tiempo, la vejez, el fracaso, los reproches, el olvido y la tristeza. Nos mantendremos soñadores, sensibles y sencillos…aceptando la humilde ocasión de lo que es humano. Además, por cierto, me llamo Dan cuando llueve me disfrazo de lentes de sol y cuando hay sol de pararrayos-

-y eso de Lo Liviano ¿qué es? Este muro apenas mide algunos nudos. No es capaz de resguardar nada. Es, en todo caso, solamente un montón de piedras apiladas-

-Para hacer este muro nos ayudamos a cargar piedras. Para ayudarnos a cargar piedras tenemos dudas. Para creer en nuestras dudas atravesamos Lejanía. Para atravesar Lejanía viajamos en “molinillo”. Para viajar en “molinillo” Teso tiene que echar a andar la maquina. Para que Teso eche a andar la maquina necesita sentirse fuerte. Para que Teso se sienta fuerte necesita que lo necesitemos. Para necesitar a Teso necesitamos levantar este muro. Y para levantar este muro necesitamos ser livianos. A mí me llaman Dorian cuando hace mucha hambre me disfrazo de otoño, cuando hemos comido mucho me disfrazo de cubiertos de plata-

-…pero, que locura!, todo eso que ustedes dicen no es real. Los trenes se hacen viejos, dejan de necesitarse. Los maquinistas son reemplazados por conductores de trenes bala o por maquinas inteligentes, de transporte, que te dicen tu ubicación y se conducen solas. Donde se ha visto que un pueblo vaya y ponga unas cuantas piedras nada más para que un hombre conserve su dignidad, es ridículo. Piensen en ustedes; allá en Lo Pesado hay edificios para protegernos de la lluvia, verdaderos muros para preservar la soberanía de los países. En Lo Pesado hay señalamientos que te indican donde ir, terapias de autoayuda, y distintas disciplinas de arte en que la gente puede sobresalir y ser admirada y hacerse celebre. ¡Lo Pesado es el mundo de hoy!-

-en Lo Liviano no ignoramos que existen esas cosas, pero esas cosas son ignoradas por Lo Liviano. Para protegernos de la lluvia nos mojamos. Para que unas cuantas piedras se llamen dignidad primero las cargamos. Para la soberanía, primero el mundo. Para saber en dónde estamos, antes el sueño. Y para ser reconocidos, conocer primero. Generamos la fantasía y negamos el engaño; a mi llámame Tonto. Me disfrazo de melancolía en los principios y de esperanza en los finales.

domingo, 3 de agosto de 2014

Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril. Haruki Murakami

Una bella mañana de abril, en una callecita lateral del elegante barrio de Harajuku en Tokio, me crucé con la chica 100% perfecta.

A decir verdad, no era tan guapa. No sobresalía de ninguna manera. Su ropa no era nada especial. En la nuca su cabello tenía las marcas de recién haber despertado. Tampoco era joven –debía andar alrededor de los treinta, ni si quiera cerca de lo que comúnmente se considera una “chica”. Aún así, a quince metros sé que ella es la chica 100% perfecta para mí. Desde el momento que la vi algo retumbó en mi pecho y mi boca quedó seca como un desierto.

Quizá tú tienes tu propio tipo de chica favorita: digamos, las de tobillos delgados, o grandes ojos, o delicados dedos, o sin tener una buena razón te enloquecen las chicas que se toman su tiempo en terminar su merienda. Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. A veces en un restaurante me descubro mirando a la chica de la mesa de junto porque me gusta la forma de su nariz.

Pero nadie puede asegurar que su chica 100% perfecta corresponde a un tipo preconcebido. Por mucho que me gusten las narices, no puedo recordar la forma de la de ella –ni siquiera si tenía una. Todo lo que puedo recordar de forma segura es que no era una gran belleza. Extraño.

-Ayer me crucé en la calle con la chica 100% perfecta –le digo a alguien.
-¿Sí? –él dice- ¿Estaba guapa?
-No realmente.
-De tu tipo entonces.
-No lo sé. Me parece que no puedo recordar nada de ella, la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho.
-Raro.
-Sí. Raro.
-Bueno, como sea –me dice ya aburrido- ¿Qué hiciste? ¿Le hablaste? ¿La seguiste?
-Nah, sólo me crucé con ella en la calle.

Ella caminaba de este a oeste y yo de oeste a este. Era una bella mañana de abril.

Ojalá hubiera hablado con ella. Media hora sería suficiente: sólo para preguntarle acerca de ella misma, contarle algo acerca de mi, y –lo que realmente me gustaría hacer- explicarle las complejidades del destino que nos llevaron a cruzarnos uno con el otro en esa calle en Harajuku en una bella mañana de abril en 1981. Algo que seguro nos llenaría de tibios secretos, como un antiguo reloj construido cuando la paz reinaba en el mundo.

Después de hablar, almorzaríamos en algún lugar, quizá veríamos una película de Woody Allen, parar en el bar de un hotel para unos cócteles. Con un poco de suerte, terminaríamos en la cama.

La posibilidad toca en la puerta de mi corazón.

Ahora la distancia entre nosotros es de apenas 15 metros.

¿Cómo acercármele? ¿Qué debería decirle?

-Buenos días señorita, ¿podría compartir conmigo media hora para conversar?

Ridículo. Sonaría como un vendedor de seguros.

-Discúlpeme, ¿sabría usted si hay en el barrio alguna lavandería 24 horas?

No, simplemente ridículo. No cargo nada que lavar, ¿quién me compraría una línea como esa?

Quizá simplemente sirva la verdad: Buenos días, tú eres la chica 100% perfecta para mi.

No, no se lo creería. Aunque lo dijera es posible que no quisiera hablar conmigo. Perdóname, podría decir, es posible que yo sea la chica 100% perfecta para ti, pero tú no eres el chico 100% perfecto para mí. Podría suceder, y de encontrarme en esa situación me rompería en mil pedazos, jamás me recuperaría del golpe, tengo treinta y dos años, y de eso se trata madurar.

Pasamos frente a una florería. Un tibio airecito toca mi piel. La acera está húmeda y percibo el olor de las rosas. No puedo hablar con ella. Ella trae un suéter blanco y en su mano derecha estruja un sobre blanco con una sola estampilla. Así que ella le ha escrito una carta a alguien, a juzgar por su mirada adormecida quizá pasó toda la noche escribiendo. El sobre puede guardar todos sus secretos.

Doy algunas zancadas y giro: ella se pierde en la multitud.

Ahora, por supuesto, sé exactamente qué tendría que haberle dicho. Tendría que haber sido un largo discurso, pienso, demasiado tarde como para decirlo ahora. Se me ocurren las ideas cuando ya no son prácticas.

Bueno, no importa, hubiera empezado “Érase una vez” y terminado con “Una historia triste, ¿no crees?”

Érase una vez un muchacho y una muchacha. El muchacho tenía dieciocho y la muchacha dieciséis. Él no era notablemente apuesto y ella no era especialmente bella. Eran solamente un ordinario muchacho solitario y una ordinaria muchacha solitaria, como todo los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en algún lugar del mundo vivía el muchacho 100% perfecto y la muchacha 100% perfecta para ellos. Sí, creían en el milagro. Y ese milagro sucedió.

Un día se encontraron en una esquina de la calle.

-Esto es maravilloso –dijo él- Te he estado buscando toda mi vida. Puede que no creas esto, pero eres la chica 100% perfecta para mí.

-Y tú –ella le respondió- eres el chico 100% perfecto para mi, exactamente como te he imaginado en cada detalle. Es como un sueño.

Se sentaron en la banca de un parque, se tomaron de las manos y dijeron sus historias hora tras hora. Ya no estaban solos. Qué cosa maravillosa encontrar y ser encontrado por tu otro 100% perfecto. Un milagro, un milagro cósmico.

Sin embargo, mientras se sentaron y hablaron una pequeña, pequeñísima astilla de duda echó raíces en sus corazones: ¿estaba bien si los sueños de uno se cumplen tan fácilmente?

Y así, tras una pausa en su conversación, el chico le dijo a la chica: Vamos a probarnos, sólo una vez. Si realmente somos los amantes 100% perfectos, entonces alguna vez en algún lugar, nos volveremos a encontrar sin duda alguna y cuando eso suceda y sepamos que somos los 100% perfectos, nos casaremos ahí y entonces, ¿cómo ves?

-Sí –ella dijo- eso es exactamente lo que debemos hacer.

Y así partieron, ella al este y él hacia el oeste.

Sin embargo, la prueba en que estuvieron de acuerdo era absolutamente innecesaria, nunca debieron someterse a ella porque en verdad eran el amante 100% perfecto el uno para el otro y era un milagro que se hubieran conocido. Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran. Las frías, indiferentes olas del destino procederían a agitarlos sin piedad.

Un invierno, ambos, el chico y la chica se enfermaron de influenza, y tras pasaron semanas entre la vida y la muerte, perdieron toda memoria de los años primeros. Cuando despertaron sus cabezas estaban vacías como la alcancía del joven D. H. Lawrence.

Eran dos jóvenes brillantes y determinados, a través de esfuerzos continuos pudieron adquirir de nuevo el conocimiento y la sensación que los calificaba para volver como miembros hechos y derechos de la sociedad. Bendito el cielo, se convirtieron en ciudadanos modelo, sabían transbordar de una línea del subterráneo a otra, eran capaces de enviar una carta de entrega especial en la oficina de correos. De hecho, incluso experimentaron otra vez el amor, a veces el 75% o aún el 85% del amor.

El tiempo pasó veloz y pronto el chico tuvo treinta y dos, la chica treinta

Una bella mañana de abril, en búsqueda de una taza de café para empezar el día, el chico caminaba de este a oeste, mientras que la chica lo hacía de oeste a este, ambos a lo largo de la callecita del barrio de Harajuku de Tokio. Pasaron uno al lado del otro justo en el centro de la calle. El débil destello de sus memorias perdidas brilló tenue y breve en sus corazones. Cada uno sintió retumbar su pecho. Y supieron:

Ella es la chica 100% perfecta para mí.

Él es el chico 100% perfecto para mí.

Pero el resplandor de sus recuerdos era tan débil y sus pensamientos no tenían ya la claridad de hace catorce años. Sin una palabra, se pasaron de largo, uno al otro, desapareciendo en la multitud. Para siempre.

Una historia triste, ¿no crees?

Sí, eso es, eso es lo que tendría que haberle dicho.