Chucu…chucu…chucu…al principio muy lento, hacía el trenecito que iba de Lo Liviano a Lo Pesado. Chucu, chucu, chucu, chucu, chucu. Después a toda velocidad iba abriéndose paso en aquellas vías que cruzaban los frondosos bosques de Lejanía, la tierra que estaba entre Lo Liviano y Lo Pesado.
Su maquinista era Teso, un larguirucho soñador que llevaba siempre unido, en el tirante de su overol, la figura de un trébol de cuatro hojas hecho de plástico. Se ufanaba de las veces que aquella maquinaria parecía rugir con el descontento de una fiera y después tornarse en un ligero zumbido de mosquitos…
“Molinillo” llamaba a aquel ferrocarril descontinuado que, a falta de algunas refacciones, se completaba con un sinfín de artilugios domésticos; donados, sin lugar a dudas, por los peculiares pasajeros que de sus moradas salían a trabajar en la construcción de un muro protector, que protegiera Lo Liviano de todo Lo Pesado.
Teso era amable con todos, personificaba el mito del hombre callado y eficaz que, además, era capaz de incluir a todos en sus más nobles empresas. Dar por acabado aquel tren, él lo sabía, habría significado para Lo Liviano que los más pequeños dejasen de jugar con trenecitos de madera y a su vez que los más mayores no tuviesen el placer de viajar, en busca de caminos, en una autentica máquina de vapor. Heredada en vida por Abeja, otro maquinista que habiendo puesto su gusto a favor de la bebida cedió la dirección a Teso, quedándose contento en la barra del Ciruela, la única cantina en Lo Liviano, con sus cuentos y sus tragos de agua dulce.
Pueblo Lo Liviano era un mundo de disfraces donde nadie era lo que era. Los hogares se sostenían por música, sombras y palabras. El alcalde era Viruela, un viejo mimo que partía la plaza convertido, ahora, en un panzón amigable que amenazaba con disparar botones si no le eran permitidos los excesos de vainilla, veneno y chocolate. Entre sus funciones, como alcalde, la favorita de Viruela era escuchar canciones, le fascinaba la voz de los otros y siempre estaba atento a aquel lenguaje de palabras que de forma natural, los livianos, usaban para platicar sobre matemáticas, olores, sopas de letras y distintas proporciones de horizontes.
Para llegar a la estación de trenes, donde Teso esperaba cada mañana, los livianos pasajeros tenían que ponerse botas en sus habitaciones y desde ahí se trasladaban mágicamente a estar sentados en un asiento del vagón; de vez en cuando alguno se quedaba dormido, entonces a ese tocaría ordenar por orden de atracción sus libros y películas favoritas...
Todo aquello era el juego del teatro, del sentido, de la tierra y de los hombres como solamente una partícula del universo. Cada uno de los habitantes de Lo Liviano se sabía en sí mismo aun algo por descubrir. Se aplaudía por darle sonido al tiempo y se actuaba para despedir la juventud alegremente.
Cada ida en la mañana, cada regreso por la tarde, era por cruzar Lejanía y al hacerlo ver sus frutos colorados, que no eran otra cosa que sensaciones vivas por ser vistas con el alma. En equipo y simulando arqueros, trapecistas, hombres lobos y mujeres barbudas, los livianos iban a levantar piedra por piedra. No se preguntaban que había en Lo Pesado. Sin pensarlo mucho obedecieron el telegrama con las hilarantes indicaciones del alcalde y se pusieron por la labor de levantar un muro:
Lo Liviano en movimiento, Lo Pesado allá a lo lejos. Más allá de Lejanía.
Durante meses ininterrumpidos de labores, y a solamente doce piedras por levantar, ningún liviano había visto a algún pesado. No hasta aquel día en el que el cielo se cerró y dejo caer una canción de lluvia. Se escuchaba el cielo como una cascada y la tierra respondía como un techo de metal en el que el agua se impactaba, dejando alegres claves de tambores. Dormitando con los sonidos no escucharon acercarse a Milo
-¿Quiénes son ustedes?- preguntó Milo, que tenia la voz aguda como un silbato e intenciones de verdades y justicias.
Los livianos lo acercaron en seguida. Le tendieron las manos mojadas, lo mismo que la sonrisa sencilla con la que podían llorar sin decir nada; el rostro de Milo era un rostro sin mascara y su vestido carecía de medida y elegancia. Parecía confeccionado tristemente, con alardes: colores llamativos, estampados y telas flojas. No era un disfraz pero ocultaba, en su naturalidad, cierto aburrimiento. A ningún ser extraordinario les recordaba aquel hombre de ojos azules y aspecto pálido, que no usaba ni siquiera un corbatín. Les extrañaba verlo protegerse de la lluvia, su caminar nervioso y su tímida estampa; como recién descubriendo un nuevo apetito en una nueva mesa.
-somos los livianos y venimos de Lo Liviano. Estamos aquí construyendo un muro que nos fue solicitado a través de un telegrama. Mi nombre es Thiago, en verano me disfrazo de un algodón largo y en invierno de un gusano de seda. Te serviría dejar de evadir la lluvia; a todos moja y todos secamos un poquito el aire-
-pero ¿ese muro para qué es?-
El muro es para proteger Lo Liviano de Lo Pesado, de dónde vienes tú. Con este muro no permitiremos que a nuestro pueblo se infiltren cosas pesadas. Con este muro contendremos el paso del tiempo, la vejez, el fracaso, los reproches, el olvido y la tristeza. Nos mantendremos soñadores, sensibles y sencillos…aceptando la humilde ocasión de lo que es humano. Además, por cierto, me llamo Dan cuando llueve me disfrazo de lentes de sol y cuando hay sol de pararrayos-
-y eso de Lo Liviano ¿qué es? Este muro apenas mide algunos nudos. No es capaz de resguardar nada. Es, en todo caso, solamente un montón de piedras apiladas-
-Para hacer este muro nos ayudamos a cargar piedras. Para ayudarnos a cargar piedras tenemos dudas. Para creer en nuestras dudas atravesamos Lejanía. Para atravesar Lejanía viajamos en “molinillo”. Para viajar en “molinillo” Teso tiene que echar a andar la maquina. Para que Teso eche a andar la maquina necesita sentirse fuerte. Para que Teso se sienta fuerte necesita que lo necesitemos. Para necesitar a Teso necesitamos levantar este muro. Y para levantar este muro necesitamos ser livianos. A mí me llaman Dorian cuando hace mucha hambre me disfrazo de otoño, cuando hemos comido mucho me disfrazo de cubiertos de plata-
-…pero, que locura!, todo eso que ustedes dicen no es real. Los trenes se hacen viejos, dejan de necesitarse. Los maquinistas son reemplazados por conductores de trenes bala o por maquinas inteligentes, de transporte, que te dicen tu ubicación y se conducen solas. Donde se ha visto que un pueblo vaya y ponga unas cuantas piedras nada más para que un hombre conserve su dignidad, es ridículo. Piensen en ustedes; allá en Lo Pesado hay edificios para protegernos de la lluvia, verdaderos muros para preservar la soberanía de los países. En Lo Pesado hay señalamientos que te indican donde ir, terapias de autoayuda, y distintas disciplinas de arte en que la gente puede sobresalir y ser admirada y hacerse celebre. ¡Lo Pesado es el mundo de hoy!-
-en Lo Liviano no ignoramos que existen esas cosas, pero esas cosas son ignoradas por Lo Liviano. Para protegernos de la lluvia nos mojamos. Para que unas cuantas piedras se llamen dignidad primero las cargamos. Para la soberanía, primero el mundo. Para saber en dónde estamos, antes el sueño. Y para ser reconocidos, conocer primero. Generamos la fantasía y negamos el engaño; a mi llámame Tonto. Me disfrazo de melancolía en los principios y de esperanza en los finales.